Semana Santa

 


La Costurera hereje 

 

Hace muchos años atrás, una costurera se encontraba cociendo en compañía de su amiga, estando a vísperas del día de muertos, las mujeres comenzaron a hablar de las tradiciones religiosas, la costurera puso en tela de juicio la veracidad de los cuentos que les habían contado, y dijo que para esas fiestas iba a cocer toda la noche para ver si era cierto que los muertos salían a las 12 de la noche. 

Así se hizo, llegó el día de muertos y la mujer coció toda la noche, ya a eso de las 2 de la madrugada, a su local llegó un apuesto hombre vestido de negro, la costurera le preguntó que se le ofrecía a esa hora de la noche y el hombre le pidió que le tuviera unas velas hasta mañana a la misma hora, la mujer sin meditar mucho accedió, pasó la madrugada trabajando y llegó a la conclusión que eso de los muertos era invento de viejas, con la caída del primer rayo de sol un olor extraño le rodeó el taller de costura, giró la cabeza y en el lugar donde había puesto las velas del peregrino se encontraba solo un atado de huesos aún encarnados. 

 

La costurera llorando fue a casa su amiga a contarle lo que pasó y esta le dijo que le consultara lo sucedido al párroco. Ya en la iglesia el cura le dijo a la costurera que un difunto se la quería llevar al más allá, y para saldarse de ir al infierno tenía que conseguir a un recién nacido, pellizcarlo después de haber entregado las velas, pues el llanto del bebé haría que se ahuyentara el espíritu. 

 

Cayó la noche, la mujer se trajo a su sobrino y lo puso en un canasto blanco al lado de su máquina de costura, los huesos se convirtieron en velas tal y cual las había dejado el difunto.  A eso de las 2 de la madrugada el difunto tocó la puerta del taller, la mujer le dijo que entrara, el hombre muy amablemente le pidió las velas, la mujer se las entregó y antes que el hombre hablara pellizcó al bebé para que llorara lo más fuerte posible, el hombre su convirtió en humo y profundamente gritó "te salvaste hereje". 

 

La mujer agradeció a Dios y nunca jamás volvió a dudar de las enseñanzas de sus antepasados. 

 

Contado por: Ramón Proaño. 


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